Esta semana he dado clase en la universidad como profesional invitada en el master de RRHH, como el año pasado.

Y como el año pasado he vuelto a tener contacto con los jóvenes recién diplomados/licenciados. Me gustan estos contactos porque me permiten contagiarme de las ilusiones y esperanzas de los que todavía no las han ido perdiendo en el mundo laboral, y es un lujo que no se paga con dinero.

La diferencia es que este año, mucho más que el anterior, me he encontrado con historias de desesperanza; la desilusión se ha instalado entre ellos, antes de lo que debería.

En nuestra labor como facilitadores nos topamos en Influye con personas que se inscriben en nuestros talleres porque buscan una salida, porque están cansados de una carrera profesional con la que no se sienten bien, de un puesto de trabajo del que posiblemente hace tiempo se “despidieron interiormente”.

Pero ellos…

Si son los que deberían estar comiéndose el mundo con sus ganas, los que tendrían que estar persiguiendo sus sueños e intentando hacerlos realidad, “pinchándonos” para seguir avanzando porque ellos vienen detrás empujando…

¿Qué país se puede permitir esto?

Si los que tendrían que encontrar la salida a la situación actual con una nueva forma de ver y hacer las cosas no creen poder hacerlo.

En vez de conseguir que se pregunten qué es lo mejor que tienen (solo 4 de 30 lo sabía), de decirles que hay algo en lo que son únicos… les decimos que hay cientos, miles como ellos, que se olviden de sus sueños y solo intenten sobrevivir. Si piensan, y lo que es peor asumen, que son “la generación perdida”…

¡Ya está bien!

Sí, es cierto, la situación es complicada, difícil… Pero ellos son los que tienen la clave de una nueva forma de hacer las cosas: están preparados, tienen talento, ganas, dejémosles que lo crean… y lo conseguirán.

Serán la generación que lo hizo posible.

Carmen Garrido

Socia de Influye