Nosotros nos consideramos facilitadores en procesos de transformación con personas y en las organizaciones. Siempre estuvo en nuestro germen cuando nacimos hace más de dieciséis años y ahora, lo experimentamos plenamente. 

Tenemos más claro que nunca, que cualquier iniciativa que se plantee una empresa para revisar, definir o transformar su cultura, pasa por mirar con valentía y generosidad las actitudes y los comportamientos que tienen lugar dentro; que tipo de relaciones se establecen entre las personas que la componen, porque no olvidemos que la empresa es un constructo, algo vacío de contenido que se esgrime para apoyar decisiones que afectan a las personas que prestan su tiempo a cambio de un salario. 

Cuando escuchamos frases del tipo: la empresa entiende que tu comportamiento no es apropiado o que no remas en la misma dirección; la empresa ha decidido prescindir de tus servicios o que eres la persona idónea para trasladarte a Murcia o Singapur… no responde a un ADN incrustado cual chip bajo la piel que envía una señal, ni tampoco a un Sanedrín oculto bajo tierra que recibe imágenes en tiempo real sobre el comportamiento de sus empleados o lee su correos y mensajes para saber si se apartan de la ortodoxia.   

Es tu jefa, o supervisor, que actúa por sí mismo o por instrucciones del directivo o del dueño con cara y nombre o perteneciente a un fondo de inversión. Personas concretas que conoces, que tienen sus miedos, aciertos, debilidades, que toman decisiones o las procrastinan, que sufren y ríen.

Si todas las personas que trabajan juntas no son capaces de apartarse por un momento del rol o función que desempeñan -y que esgrimen continuamente-, y se despojan del mismo para mirarse dentro y mirar al otro…no existirá posibilidad alguna de construir algo diferente.

Y nos encontramos a menudo con empresas que nos contratan convencidas de iniciar un proceso de transformación o cambio cultural, y cuando les invitamos a que hagan su introspección y se pregunten qué es lo realmente importante para ellas y como quieren relacionarse de una manera más franca y autentica, comienzan las incomodidades. Los planteamientos causan turbación, impaciencia, nerviosismo y fastidio, y siempre ocurre con las personas que no quieren que cambie nada, pero si, que los demás, acepten lo que ellos quieren mantener desde arriba.  Preguntas confrontadoras: 

  • ¿qué comportamientos se recompensan y cuáles de culpabilizan
  • ¿existe confianza para hablar, proponer, opinar…y discrepar
  • ¿me intereso realmente por las personas de mi equipo?
  • ¿afronto con valentía los desencuentros y los conflictos o se resuelven por la fuerza del artículo 33?  
  • ¿respetamos nuestras diferencias individuales?
  • ¿me muevo para conocer y desarrollar los talentos de las personas que dependen de mí?
  • ¿pido perdón cuando hago daño? 
  • ¿colocamos etiquetas y no se despegan ni con agua hirviendo?
  • ¿Cuáles son los tabúes o valores que no se permiten tocar?
  • ¿Qué sucede cuando alguien se equivoca?
  • ¿la confianza se regala o se presta hasta que dejas la empresa? 

Estas personas aceptan que todo lo ajeno a ellas se modifique, se sustituya o incluso desaparezca, mientras no les suponga preguntarse o enfrentarse a sus esquemas mentales. Se trata de seguir la máxima de Giuseppe Tomasi di Lampedusa citada en su obra El Gatopardo y llevada al cine por Luchino Visconti: Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie.

Conocemos a colegas que también trabajan –y muy bien- estos planteamientos, pero orillan las preguntas incomodas y no entran en aspectos que puedan no ser bien recibidos por el cliente. Es una renuncia a tu autenticidad, a tus valores y propósito.

Claro que pensamos igual que vosotros (me decía un colega), lo tenemos presente pero no puedes ir con ese lenguaje o propuesta a la empresa, hay que cambiarlo, adecuarlo, disimularlo, porque si no, no vendes y menos con lo que está cayendo. Ahora lo que les interesa es vender y ya habrá tiempo en algún momento de ponerles el espejo.

Se trata de un mecanismo adulterado de empatía donde el facilitador o consultor se alinea con la situación del candidato a cliente, ofreciendo mercancía averiada, superficial y con terminología al uso, para adecuarse a lo que ellos quieren oír. 

La crisis económicas producen en algunas empresas alergia a mirarse dentro y preguntarse si puede hacer algo distinto; todo lo reducen a más trabajo, más horas, ahorros de costes y adelgazamiento de plantillas, pero las valientes, se paran, reconocen que tienen miedo, que no saben cómo actuar y preguntan a todos sus miembros que pueden hacer para adaptarse y actuar en este escenario, sin dejar de mirar a escenarios antes no contemplados. 

Pero claro, con crisis o sin ella, hay temas que no deben tocarse dentro de la organización porque no aporta al negocio y es un asunto de cada uno, y este no es el lugar para abordarlo.

Brene Brown, que adquirió notoriedad totalmente merecida, por sus intervenciones acerca de la vergüenza y la vulnerabilidad, (y por supuesto con sus libros que empezaron a conocerse), reconocía con ironía y tristeza que cuando comenzó a viajar reclamada para dar conferencias en empresas por los diferentes estados, le insistían mucho que mejor no mencionara ni la vergüenza ni la vulnerabilidad, y que hablara sobre innovación, creatividad y liderazgo, aunque esas emociones estuvieran implícitas.

A Mike Robbins en su TEDxBerkeley, le pasaba otro tanto, contando que  preparando una conferencia en Japón ante los managers de una multinacional con su traductora, esta le comento que la palabra vulnerabilidad no podía utilizarla como algo bueno, porque en su idioma significaba debilidad y era impropio para ese foro.

No deja de ser una ironía que las empresas apuesten con valentía por la innovación y el riesgo, visualizando escenarios que hoy se antojan inalcanzables…y se comporten de un modo tan conservador y temeroso en abordar las relaciones humanas, apostando por un liderazgo emergente.

Pensar así es vivir en una prisión mental; es crear endogamia empresarial, como una burbuja o reducto cerrado donde no se puede hablar ni tratar elementos inherentes al ser humano:

  • Hablar de mis sentimientos y emociones
  • Cómo mostrar mi vulnerabilidad
  • Cómo relacionarme con el dolor, la humillación, la ternura o el miedo
  • Hablar de una cooperación franca, autentica, sin vivir en silos y dispuesto a aprender de otros departamentos y compañeros
  • Aprender a pedir ayuda y darla a quien la necesite, a pedir perdón y decir no lo sé.
  • Ejercitarme en regalar la confianza, compartiendo información, estrategia y propósito.
  • Atreverme a manifestar que no estoy bien ubicado en mi puesto y pedir hacerlo en otro, que no puedo más, que estoy estresado, que no tengo vida, que no soy feliz en mi empresa.

No podemos permitir que el trabajo nos fraccione y nos desconecte de nuestra vida. No podemos resignarnos al discurso de que estamos para ganar dinero y lo demás son temas personales. Todo lo organizacional es personal, porque las personas somos las mismas en cualquier escenario. Y no es tarde para abordar nuestra forma de sentir, de pensar, de mirar y de relacionarnos. 

Nunca como ahora he visto tantas declaraciones sobre valores, la importancia de las personas, trabajar en equipo, la transparencia, la participación de todos, devolver a la sociedad parte de lo recibido, el cuidado del medio ambiente o salvar el planeta.

Y sin embargo los comportamientos, los hechos, siguen respondiendo a estilos de dirección autoritarios, basados en control y desconfianza, con miedo a delegar, confiar, experimentar y apostar por caminos de entendimiento, franqueza y autentica innovación, y si se permite a alguien atreverse, es exigiendo al que se expone, a que le garantice beneficios y a ser posible, superiores a los obtenidos por los viejos métodos. 

Y estos tiempos de pandemia y dolor para toda la humanidad, lo están confirmando.

Me quedo con iniciativas valientes, con personas que no ponen los beneficios por delante (existen) y prefieren esperar aunque tarden, sabiendo que están construyendo otro tipo de empresa y están apostando de verdad, por potenciar el talento y las iniciativas de su gente, que de verdad, está comprometida porque así lo decide, no porque se les exija desde arriba.

No hay empresas. Solo estamos hombres y mujeres singulares, únicos, vulnerables y con enorme potencial, que queremos transitar de una manera digna por esta vida, siendo escuchados, respetados y pidiendo que nos dejen ser quienes somos con nuestra contribución.

Porque todos estamos de paso por esta vida pero ellas, las empresas, parece que no se enteran y desconocen el impacto que nos causan.

Las personas olvidarán lo que dijiste, también lo que hiciste, pero nunca olvidarán como los hiciste sentir (Maya Angelou)