Falso dilema el que nos plantean personas de ética dudosa o de conocimientos simplistas, que enfrentan dos partes que no pueden ni deben competir.

Lo seres humanos estamos siempre por delante de cualquier otra consideración, y la economía (con minúsculas) está a nuestro servicio y no nosotros al suyo.

La economía no está por encima de la Educación, la Naturaleza, la Sanidad, la Investigación Científica, el cuidado de nuestros mayores, la cultura en todas sus manifestaciones, la alimentación de nuestras familias o la dignidad de nuestras vidas. Y nunca puede prevalecer sobre nuestro propósito, nuestra alegría, nuestros sueños. 

La economía no es nada; es algo transversal que está en todas partes y que forma parte subsidiariamente de las acciones y de las energías del ser humano. Que nos ofrece datos, índices, porcentajes o asientos contables y que pretende ser omnipresente en nuestras vidas, pero es una tramoya falsa, un decorado de cartón que fabrica dinero inexistente y lo dona o lo presta y se refleja en pantallas de ordenador que luego se imprimen. Incluso hay quienes se crean la ilusión que tiene vida y puede sentir: La Bolsa sube, baja, se desploma, se encoje. O los mercados no ven con buenos ojos, los mercados se han levantado esta mañana con incertidumbre o los mercados han vivido con pánico esta jornada.

¿Dónde está el drama? Que si un grupo de residencias de mayores pertenecen a un fondo de inversión que cotiza en bolsa, escatimar una pieza de fruta en la merienda o cambiar las sabanas con menos frecuencia, contribuirá a incrementar sus benéficos y sus acciones subirán. No hablemos de pagar sueldos dignos a sus auxiliares y técnicos o dotarles de las medidas de protección necesarias. La economía gana y se fortalece y nuestros mayores pierden, y algunos (uno de cada tres hasta hora), mueren.

Es la hora de la economía; ahora le toca a la economía, es hora de levantar confinamientos y ponerse a producir…

Puede que detrás de esas afirmaciones se esconda una rabia, un reproche mezquino que grita: “Ya está bien de estar en casa sin trabajar y cobrando (quien pueda), o tele trabajando (cómo condena, no como opción). Se acabó la fiesta. Pongamos a todo el mundo a trabajar. Y si alguien se queda en el camino…son daños colaterales. Todos los jóvenes o menores de 50 años, al curro, pues esto es una guerra, y los viejos y viejas, las personas que tienen patologías previas, o contagiadas por el virus, que se queden en casa y nos cubran”.

Suena duro ¿verdad? 

Y si nos vamos todos, ya, “a trabajar como antes” ¿cuantas personas más aceptarías que murieran si adelantamos la salida?

¿Ochocientas? ¿Cinco mil? ¿Diez mil? ¿Veinte mil más? ¿Cuántas en España, en tu territorio, en tu municipio, en tu bloque o barrio, en tu empresa, en tu círculo de amigos y amigas, en tu familia? Responde.

¿No hay ya suficiente dolor? ¿Suficiente miedo, abandono, soledad, inseguridad, frustraciones…?

¿No te das cuenta que salir antes de tiempo puede traer peores consecuencias y retrasar aún más, el inicio de nuestras actividades productivas?

¿Qué pretendes?

Y no deja de ser un ejercicio hipócrita y miserable, que algunas de estas personas que exigen ya el paso “a la economía”, vayan vestidas de luto a todas partes, o con corbata y lazos de color negro, exigiendo banderas a media asta por las personas que han muerto o lo harán en los próximos días, sin pensar que puede ser algo permanente, si no lo hacemos bien ¿Te importan de verdad las muertes?

La economía como ente invisible como ese algo que pretende dominarlo todo, siempre ha estado ahí, desde el primer día que se reconoció a la primera persona infectada. Siempre está, aunque no se la espere; es una señora siempre invocada, a quien nadie conoce, pero todos citan. Se habla en su nombre y se vive con preocupación su estado: “la economía está débil, se recupera, ha tenido un bajón, está fuerte, se desploma, se levanta…”  

Se respira la prisa, la impaciencia, el deseo de volver cuanto antes a la normalidad

¿Qué normalidad? Lo de antes, no va a volver, y no sabemos que realidad vamos a vivir. Nadie lo sabe, pero si sabemos cosas que antes desconocíamos.

Somos vulnerables y débiles. Nada puede protegernos de un ataque como este y todos los hombres y mujeres estamos expuestos. Nos necesitamos como Humanidad; compartir recursos y descubrimientos científicos, manos que levanten y corazones que sientan. 

No podemos volver y hacer lo mismo. Y en lugar de asustarnos y empezar a exigir a la gente el doscientos por ciento, y proclamar que estamos en una economía de guerra, y que da gracias porque te salvaste del ERTE, es el momento de pararte y decidir qué vas a hacer tú, cada uno de nosotros, para que sigamos juntos y como ayudar a los cientos de miles de personas que se van a quedar atrás.

Hemos descubierto junto al dolor y la impotencia, el valor del amor, de las pequeñas cosas, de la compañía (o la ausencia) inesperada de hijos, nietos, sobrinas, padres, abuelos y amigos, de mirar dentro de nosotras y preguntarnos si queremos seguir como antes, si el trabajo es lo más importante, si ganar más dinero merece la pena si me encadeno a su logro y no sé quién soy, si necesito tantas cosas para “vivir”, si lo que he experimentado con mis hijos en casa, quiero perderlo volviendo a las múltiples horas de actividades extraescolares, mientras yo “trabajo” y reducir mi relación a darles un beso por la noche en la cama.

Cuando vuelva no puedo ser la misma persona en el trabajo. Después de lo vivido, puedo acudir a mi puesto con mi cerebro y mis sentimientos, sin dejarlos en casa; pensar por mí mismo, y darles importancia a las cosas que realmente las tengan que son muy pocas. Y aprender a decir NO y también a pedir ayuda y regalarla sin que me la pidan, y a sonreír y a mostrar ternura, vulnerabilidad, alegría, decisión y entereza. Aprender a ser YO.

Los empresarios y empresarias no podemos poner –otra vez- los beneficios por delante, a costa de las personas; no podemos fijar objetivos que sabemos inalcanzables para dar satisfacción a otros y engañarnos. No podemos mirarlo todo a través de la economía, y podemos aceptar (con miedo, si con miedo)  que no vamos a ganar lo mismo, que ganaremos mucho menos, o no ganaremos, o perderemos o incluso puede que desaparezca nuestra empresa “por la situación económica”, pero según como lo hagamos nos miraremos a los ojos, nos preguntaremos como estamos y que podemos hacer entre todas y entre todos, y seguro que podemos hacer algo diferente, en otro lugar, más modesto, sin mil tonterías y códigos que nos autoimponíamos, sin coches de empresa, ni categorías, niveles, variables y bonus. Siendo nosotros. Buscando ser auténticas y auténticos.

Primero YO. Primero nosotros y nosotras.

Ni nos imaginamos lo que somos capaces de hacer, por nosotros y por los demás..